Con un crujido el silencio se fragmenta. Entra, despacio, en
la fosa común, pisando accidentalmente el diminuto cráneo de un bebe.
A su alrededor se extiende una tétrica escena. En cada paso
dado, parece adivinar, por el rabillo del ojo la sombra de la muerte. La escena es
horrible, una multitud de cadáveres se reparten por el suelo, en diferentes
estados de descomposición.
Contiene una arcada, para poder dar testimonio del horror,
para poder continuar con su trabajo.
Avanza despacio, intentando dar cada paso en los pequeños
huecos entre restos humanos. Sin embargo, por mucho que lo intenta, otro
crujido óseo seguido de un pastoso chapoteo, como de aire abandonando el fango.
Por debajo de todos los ruidos y miasmas, un ruido distante,
lejano. Un crepitar de madera, como de cuaderna de barco. Mira hacia el lugar
donde oscuro, se adivina el techo, unos metros más arriba. Como en un sueño, a cámara
lenta, puede ver como la tierra se desprende. Primero levemente, con un rumor
suave, después, como en una tormenta.
Con un estallido sordo, todo el techo se
desploma sobre ella.
Mientras el aire abandona la fosa con un gemido contenido,
no puede pensar más que en los gritos de bienvenida. Los gritos de bienvenida a
la otra orilla, al claro al final del camino.